lunes, 22 de abril de 2013

La revelación y la inspiración


La revelación y la inspiración

            Este tema será ampliamente tratado en el curso “Teología I”. Sin embargo, el trato que se le dé en tal curso, que plantea un desarrollo doctrinal sistemático, no cubre el enfoque que se le puede dar desde el punto de vista hermenéutico. Es por ello que decidimos tratar los temas de la revelación, la inspiración, y posteriormente, la autoridad de la Biblia, aplicándolos funcionalmente a la tarea hermenéutica.

            Tradicionalmente la teología sistemática o “dogmática”, se ha acercado al estudio de la revelación clasificándola en dos categorías:

 

            (1) Revelación general. Es la que se da en la naturaleza, y aún en la constitución del hombre y está dirigida a todos los hombres; sin ninguna limitación a alguna nación o grupo. Nos proyecta algunos atributos de Dios.

            (2) Revelación especial. Es aquella que se manifiesta en la Palabra.

            Nuestro enfoque, desde el punto de vista de esta asignatura, buscará un nuevo acercamiento, de tal forma que tengamos un marco de referencia para el quehacer hermenéutico.

 

               La revelación como un proceso de comunicación en la historia humana

           

            Tradicionalmente no habría ninguna objeción para aceptar que la revelación constituye un proceso de comunicación. Es más, inmediatamente nos pondríamos a imaginar y diríamos que, si la revelación es un proceso de comunicación (como en verdad lo es), Dios es el emisor del mensaje y el hombre es el receptor.

            Pero, esta perspectiva unidireccional, no siempre hace justicia a lo que po­dríamos llamar la “revelación como un proceso de comunicación”. Y cuando se habla de “proceso” se refiere a interacción. No de un elemento dinámico (Dios), y de un elemento pasivo (hombre). Sino, se refiere a un proceso activo, donde ambos tie­nen una parte fundamental que realizar. Por supuesto, partimos del postulado básico de que lo que conocemos de Dios, es aquello que Dios nos ha dado a conocer o revelado.

            Cuando hablamos de la revelación como un proceso de comunicación, estamos sosteniendo que, en lo que respecta a la Biblia, ella contiene la historia de la revelación de Dios y de su paulatina comprensión por parte del hombre. La Biblia en sí, no nos transmite una revelación elaborada o enlatada; sino más bien, los testimonios de ciertas vivencias (de las revelaciones divinas, mediante discursos, relatos y toda la serie de diferencias de estilo que tenemos en la Escritura).

           

            Por supuesto, Dios no se reveló en relatos, El se reveló en acontecimientos. Estos hechos históricos que fueron vividos por individuos o grupos, fueron compren­didos, luego fueron interpretados, y de esta manera (el hombre, el escritor o grupos de escri­tores), al hacer la interpretación detectó en estos acontecimientos: “manifestaciones de Dios”, “la acción de Dios”, “la actuación de Dios”.

            Ahora, estas vivencias, al igual que las reflexiones y los discursos inspirados,  fueron transmitidas, re-vividas, re-interpretadas, hasta que un día fueron fijadas en escritos. Desde esta perspectiva, podemos establecer que “la revelación es anterior a la Escritura de la Biblia”.

            Los escritos bíblicos dan por entendido que la revelación ya es conocida o asu­mida como algo dado, no que se está expresando en el momento en que los escritores la están registrando. No sucede como los periodistas de hoy en día, que registran al instante los declaraciones de los entrevistados.

            Eduardo Arens dice: “Los relatos y los discursos en la Biblia centran su atención en la relación entre el hombre y Dios, tal como el hombre creyente la ha ido compren­diendo y viviendo”.

            Tomando en cuenta lo dicho, podemos afirmar que la revelación no es una co­mu­nicación de verdades ya pre-fabricadas, o de discursos ya elaborados, y que los escritores bíblicos lo único que hacían eran trasladarlos a una forma actual. Sino que es la manifestación de la naturaleza y propósitos de Dios que se expresan a través de ciertos acontecimientos o eventos históricos. Es al hombre, entonces, o a la comuni­dad de creyentes a quien le corresponde leer la presencia divina en esos aconteci­mientos. El Espíritu de Dios guía al hombre a comprender su significación (de los eventos histó­ricos) y a interpretarlos correctamente.

            El libro Explorando la fe cristiana nos dice: “La Biblia ha sido denominada el Li­bro de los Hechos de Dios, y su tema central es lo que Dios ha hecho. La revelación no es una comunicación atemporal de ideas (es decir, no es una comunicación dada en el aire), sino más bien es una narración de eventos que han ocurrido”.

            A la luz de estas consideraciones, debemos plantear una modificación en el es­que­ma clásico que trata de explicar el asunto de la revelación, que establece tres niveles:

 

DIOSð                                               REVELACIÓNð                     ESCRITURA

 

            Es un esquema secuencial mínimo que de alguna manera logra que la reve­la­ción que Dios da, inmediatamente pase a la Escritura o es registrada casi de manera simultánea. Más bien hay que ver a la revelación como un proceso de comunicación que sigue un esquema distinto:

 

DIOS
ß
ACONTECIMIENTO
ß
COMPRENSIÓN E
INTERPRETACIÓN
ß
TRADICIÓN
ß
ESCRITURA

 

            Según este esquema, Dios se revela en un acontecimiento o eventos históricos. Estos acontecimientos son comprendidos e interpretados, y van pasando por efecto de la tradición (conjunto de vivencias que son transmitidas oralmente), y luego que la comunidad de creyentes acepta esta comprensión e interpretación de eventos como inspirados (el Espíritu de Dios actuó en esto), entonces los tenemos registrados en la Escritura.

            Los acontecimientos fueron vistos como promesas, no como simples recuerdos. Para los testigos directos de las experiencias narradas en los escritos bíblicos, el Dios de Abraham, Isaac y Jacob, es el mismo Dios que sigue presente en la historia. Por esto es garantía del futuro. Desde este punto de vista, el pasado fue visto como promesa, y el presente como realización.

            En conclusión, la Biblia contiene la historia de la comprensión de la revelación divina, por parte del hombre creyente, en un proceso de diálogo con su Dios, en medio de un contexto determinado. Si observamos atentamente la Biblia, descubrimos que de principio a fin se testimonia o se comunica lo que podríamos llamar “la voluntad salví­fica de Dios”, y la respuesta del hombre en diferentes circunstancias que ahora sirven de modelo (ejemplo de Abraham, Israel, etc.). La revelación es un diálogo entre Dios y el hombre y las consecuencias de ese diálogo.

            El Dr. Juan Stam cita a otro autor que dice: “El arma poderosa con la que los discípulos de Jesús salieron a conquistar el mundo, no fue una mera comprensión de principios eternos, fue un mensaje histórico, una narración de algo que había pasado recientemente, fue el mensaje ‘El ha resucitado’. El mundo, entonces, había de ser redimido mediante la proclamación de ese evento”.

            Esta misma tónica la encontramos en la Escritura bíblica. 1 Juan 1:1-4 dice:

 

“Lo que era desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado, y palparon nuestras manos tocante al Verbo de vida (porque la vida fue manifestada, y la hemos visto, y testificamos, y os anunciamos la vida eterna, la cual estaba con el Padre, y se nos manifestó); lo que hemos visto y oído, eso os anuncia­mos, para que también vosotros tengáis comunión con nosotros; y nuestra comunión verdaderamente es con el Padre, y con su Hijo Jesucristo. Estas cosas os escribimos, para que vuestro gozo sea cumplido”.

 

            Es interesante cómo Juan nos sintetiza aquí claramente el hecho de que la revelación viene filtrada o mediada por un evento histórico. Lo último que se hizo fue registrar por escrito.

            Esto lo confirma el Dr. Purkiser cuando dice: “Un hecho histórico llega a ser reve­lación de Dios cuando se lo interpreta mediante el ojo de la fe”. Estas aprecia­ciones son importantes para interpretar y exponer la Palabra de Dios adecuadamente.

 

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