lunes, 22 de abril de 2013

La autoridad de la Biblia


La autoridad de la Biblia

 
           El Dr. Richard Taylor en el prefacio de su obra Autoridad bíblica y fe cristiana cita un párrafo de la revista Cristianity To Day donde afirma: “Probablemente el tema que más despierta las emociones en el escenario contemporáneo sea el de la naturaleza precisa de la autoridad bíblica, en particular el de la calidad inerrable de la Biblia junto con la pregunta sobre cómo debemos usarla para desarrollar una teología válida y normativa”.

            Por otro lado, el Dr. René Padilla dice: “La autoridad de la Biblia constituye sin lugar a dudas el problema más complejo entre todos los problemas que plantea la bibliología, puesto que plantea una gama de asuntos que varían desde la naturaleza de la revelación hasta los principios de interpretación y la aplicación del mensaje bíblico al mundo de hoy”.

            También, el Dr. Samuel Escobar opina: “Polémico, perseguido, manipulado, despreciado es el Libro que llamamos “La Biblia”, sin embargo sigue teniendo una vigencia increíble. Para millones es un Libro amado, respetado y considerado como autoridad para un estilo de vida realmente revolucionario. Alguien habla en ese Libro, alguien que también es el tema central en sus páginas. De ahí su permanencia y también su pertinencia. Lo que ese Libro dice es actual en la era de los misiles y las computadoras, como lo fue en la era de las armaduras romanas o en los ejércitos del imperialismo persa”.

            Con razón el Dr. Arens se pregunta: “¿Qué hace que la Biblia tenga más auto­ridad religiosa para judíos y cristianos que cualquier otro libro? ¿Qué hace precisa­mente que los escritos de la Biblia, y no otros, sean irremplazablemente normativos para la vida de fe? ¿Qué le da ese carácter de Libro sagrado a la Biblia? ¿Cuál es su relación con Dios?”

            Esto nos confronta con el problema de autoridad de la Biblia. Este no es un tema que goza de popularidad. Asimismo, debemos asumir con toda plenitud el criterio del Dr. Taylor cuando expresa: “Se reconoce casi universalmente que la sociedad occi­dental está atravesando una crisis de autoridad. La crisis se experimenta en el Estado, en la escuela, en el hogar, hasta en la iglesia. La desintegración y el desplome totales amenazan por donde quiera. Por esta razón es absolutamente impe­ra­tivo que los cris­tia­nos comprendan la naturaleza de la autoridad de la Biblia y se sujeten a Ella inteligentemente, pero sin reservas”.

            A la luz de estos planteamientos de diferentes teólogos, debemos explorar el tema de la autoridad de la Biblia a la luz de tres aspectos fundamentales.

 

                                   La autoridad de la Biblia es de carácter relacional

            Algo tiene autoridad para alguien. La autoridad es reconocida como tal por alguien. Siempre que hablamos del tema de la autoridad, estamos refiriéndonos a un tema que involucra una relación entre personas, a través de ciertos elementos media­torios. Por ello, es importante que resaltemos el hecho de que la autoridad de la Biblia está entrelazada con la autoridad del canon y la de la inspiración.
            Desde este punto de vista debemos hacer una diferenciación entre el canon y la inspiración. La canonicidad fue la ratificación oficial de la autoridad de la Biblia y el reconocimiento de su inspiración divina.


Cuando hablamos de la “autoridad de la Biblia”, estamos haciendo referencia a una relación en la cual el “texto” es autoritativo, porque se asume que detrás de ese texto, o en la textura de ese relato es Dios quien está hablando. Al asumirse esa verdad, la iglesia lo acepta, y consiguientemente “yo” como individuo que soy parte de ella, reconozco la autoridad del texto bíblico porque es Palabra de Dios.

            Por otro lado, en la “inspiración” tenemos una relación un tanto distinta. Se relacionan tres elementos: Dios, autor, texto. Este texto se lo asume como inspirado, como que contiene un mensaje divino, en la medida que se acepta que el autor está reflejando, a través de su comprensión de un determinado evento, lo que realmente lo hace instrumento de Dios.

            Desde este punto de vista la Biblia tiene autoridad para el creyente por cuanto es parte integral de su fe. La fe del creyente es en el Dios del que habla la Biblia, el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, de los profetas y de Jesús de Nazaret. La Biblia tiene autoridad en cuanto conduce a la relación de fe entre Dios y el hombre, pues muestra el camino de la salvación. Por eso nuestra fe no es una “fe en la Biblia” (libro), sino en lo que ésta comunica de Aquel que trata de mostrarse, autorevalarse en Ella (Dios). El es real. El no se deja manipular ni controlar. Es Aquel que misericordiosamente anhela la salvación y el bien último del hombre por medio de la reconciliación con El.

            La fe existió antes de que se escribiese un solo libro de la Biblia. Más bien, mediante los escritos bíblicos se dio a la fe una expresión comunicable.

            La autoridad divina se evidencia en el hecho de que con frecuencia, incluso los profetas citan las palabras Jehová (“y Jehová dijo”, “vino Palabra de Jehová a mí diciendo”). Esto muestro que los escritos bíblicos reposaban en la autoridad de Dios mismo; no en la autoridad del profeta, ni siquiera del evento que se estaba describiendo. Jesús mismo lo confirmó en Marcos 7:13 ss.; Mateo 4 (lo escrito es Palabra de Dios y tiene autoridad); 2 Pedro 1:20-21; Lucas 9:1; 2 Corintios 10:8.

 

                             La autoridad de la Biblia no es autónoma sino derivada

 

            La Biblia no tiene autoridad por el hecho de ser un libro. La autoridad de la Biblia no reside no siquiera en los acontecimientos que relata, ni en las palabra que transcribe, sino en el hecho de que aquello es relatado o trascrito tiene su funda­mento en Alguien (Dios) cuya autoridad en última instancia la reconocemos.

            Por ejemplo, supongamos que el Presidente de la República de un país visita una comunidad cualquiera y ahí da un discurso. Al día siguiente los periódicos van a recopilar los hechos y van a informar, con diferentes detalles, de tal manera que los ponen al alcance de aquellos que no se encontraban en el evento como tal. Ahora, la autoridad de esta palabra no reside en el prestigio del diario, ni en la forma del periódico, reside en la autoridad de quien ha dado el discurso. Esas palabras tienen valor, no porque las dice el diario, sino porque las dijo el Presidente de la República.

            Si trasladamos esta ilustración al hecho de la Biblia, vamos a darnos cuenta que  Ella también nos remite a los acontecimientos mismos y éstos, a la vez, tienen una causa primera, que es la que les da la autoridad, que es Dios. Al respecto nos ayuda el siguiente esquema:

 
 

     AUTOR                            ACONTECIMIENTO                                                RELATO

  DIOS
0

    HECHOS Y
      DICHOS

BIBLIA
                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                 Vivencia


  ----------->                                 --------------------------->

                                                                                                                             Testimonio

    ¯                                                    ¯

                                              

  Revelación en sí                       Revelación                                                       Transmitida

 

            En este caso, tenemos “la Biblia” que es el “relato”. Este relato fue puesto en forma escrita luego de un período en que se transmitió como un “testimonio”, muchas veces oral. Era testimonio de una “vivencia”, que descansaba en la comprensión de ciertos “hechos y dichos” o “discursos” que se daban a la luz de un “acontecimiento histórico”, que constituye la “revelación en sí”. Este acontecimiento tiene como respaldo o garantía, detrás de él, a “Dios”, “el Autor”.

            Hay que notar el arco o distancia que existe entre “Dios”; el “autor de la reve­lación”, y por supuesto, “la autoridad”; y la “Biblia” que es la “revelación transmitida”.  Dios se revela en acontecimientos (dichos y hechos), que es la revelación en sí. Los autores bíblicos experimentan las vivencias o reciben el testimonio de una vivencia que ha sido experimentada en un tiempo en que ellos no han sido partícipes, y trasladan o interpretan este acontecimiento, desde la perspectiva de la fe, por su creencia en Dios; entonces escriben a manera de un relato lo que conocemos como Biblia, que es la revelación transmitida. Por eso decimos que la autoridad de la Biblia es derivada, no autónoma.

                                             La autoridad de la Biblia es teológica

           

Esto es fundamental. Quiere decir que la autoridad de la Biblia se sitúa al nivel de la significación e importancia de su contenido para el hombre, y no a nivel histórico. En otras palabras, se recurre a la Biblia como autoridad porque los relatos que ha preservado son significativos para el ser humano; porque aquello de lo que habla concierne al presente y al futuro del hombre, y no por el sólo hecho de haber preservado recuerdos del pasado.

            Es decir, la Biblia tiene autoridad, no por el hecho de ser una recopilación de historias pasadas, sino porque esos relatos que ha preservado tienen una significación vigente para el hombre de hoy.

            Desde este punto de vista, la autoridad de la Biblia es teológica (tratado de Dios para el modo de comportarse del hombre- ámbito de la fe), no es científica ni histórica. Por lo tanto, esta autoridad expresa su plena vigencia en el ámbito de la fe.

            Cuando algunas personas quieren confrontar el mensaje de la Biblia con una exactitud científica, están equivocando los terrenos. El contenido de la Biblia se puede relacionar con cualquier hombre en cualquier momento; es susceptible de transposición a un nuevo contexto histórico.

            La Biblia presenta preguntas de Dios al hombre. Son preguntas que exigen respuestas hoy, como las exigió ayer y como lo hará en el futuro. Son preguntas válidas en cualquier situación y en cualquier momento; preguntas sobre el sentido y el funda­mento de la existencia; preguntas sobre su relación con el Creador y sus semejantes; preguntas sobre el destino del hombre.

            La Biblia demuestra su autoridad por cuanto es capaz de cuestionar seriamente al hombre, de serle una instancia crítica. La Biblia critica la arrogancia del hombre, el egoísmo, la tendencia de querer manipular a Dios, la tendencia a cualquier tipo de idolatría; ve al hombre en relación con Dios que es soberano y misericordioso.

            La distancia histórica y temporal, las diferencias culturales y conceptuales. El hecho de que no responde directamente a muchos problemas actuales, son algunos indicios de las limitaciones de la Biblia, que no invalidan su mensaje, más bien nos reafirman en el hecho de que la autoridad de la Biblia no está en el terreno de la exactitud científica o histórica, sino en el terreno de la fe. Es una autoridad, por lo tanto, teológica.

            Los acontecimientos y personajes pertenecen al pasado, pero en éstos el hom­bre moderno puede sentirse cuestionado, y hallar respuestas apropiadas para las vivencias contemporáneas.
            La autoridad de la Biblia por ser teológica no se puede comprobar científica­mente, pero sí por el impacto y eficacia que esta ha tenido en la vida de los hombres a través de los tiempos. Entonces, la autoridad de la Biblia es inseparable del reconocimiento de su naturaleza, y al final de cuentas, de Dios mismo como su fuente.



 

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