QUÉ ES HOMILÉTICA?
. Según el Nuevo Testamento, la palabra homilética tiene el significado de conversar (I Cor. 15:33).
La definición anterior sugiere
tres cosas: Primero, la homilética de las reglas necesarias para la selección y
organización del material para el mensaje: segundo, presenta los métodos para
convencer a los oyentes, y tercero, se relaciona especialmente con el mensaje
basado en la Biblia.
¿QUÉ ES UN
MENSAJE?
Un mensaje consiste en las
verdades dadas por Dios al predicador, y la misión de transmitirlas al pueblo
de acuerdo a sus necesidades. Por lo
tanto, el verdadero mensaje no es lo que el predicador inventa o determina
decir por su propia
cuenta, sino la presentación de la voluntad
de Dios. En el Antiguo Testamento los
profetas fueron los predicadores al pueblo de Israel. Siempre que presentaron
sus mensajes dijeron: vino a mi palabra
de Jehová diciendo... Son las mismas
palabras de Dios puestas en la boda de sus siervos, las cuales están obligados
a comunicar.
Cuando el mensaje es extraído de
la Biblia, el predicador puede decir: Esta
es palabra de Dios. Este mensaje es
bíblico por que su fuente es la Biblia.
El fiel predicador deriva sus mensajes de ella. Sólo el mensaje bíblico puede satisfacer
plenamente las necesidades de los oyentes.
La tarea del predicador tiene que ver con la aplicación de esta clase de
mensaje a las necesidades de su congregación.
Por esta razón, es indispensable que el predicador conozca profundamente
cuáles son las necesidades de su iglesia.
¿QUÉ ES PREDICAR?
La predicación es el acto de
comunicar verbalmente la verdad de Dios al pueblo, con el fin de convencerlo de
su necesidad de conocer y seguir a Cristo con fidelidad. Por esta razón, un artículo no es una
predicación. La predicación demanda de
una personalidad por medio de la cual se presenta el mensaje divino. El fin supremo de la predicación es el de
convencer. No tiene valor el pararse
detrás de un púlpito y predicar, si el propósito no es el de convencer.
En el Nuevo Testamento se
encuentra algunas palabras que nos ayudar a entender con mayor amplitud el
significado de la predicación en los días apostólicos.
En primer lugar, predicar quiere
decir hablar o platicar (Mar. 2:2;
Hechos 4:1; 3:20; 11). Esta fue una
manera informal de presentar el evangelio ante un grupo de personas, en una
forma de conversación. Esto puede
compararse con lo que en nuestro día llamamos estudio bíblico. Segundo, tiene
el sentido de enseñar. (Hechos 17:1-4). San Pablo usó mucho este método para
enseñar a los judíos convertidos las doctrinas de Cristo, basándose en el
Antiguo Testamento. Fue usado para los catecúmenos que deseaban ingresar en la
fe cristiana. En tercer lugar, quiere decir argumentar
(Hechos 24:25). Esta manera de predicar la usaron todos los discípulos para
probarle a los judíos rebeldes que Jesús era el Cristo. Este fue el método
argumentivo o de controversia. Finalmente, el estilo más usado es el de proclamar o anunciar. Este método fue
usado para comunicar las Buenas Nuevas de salvación a los gentiles.
No importa mucho cuál sea el
método que se use; la predicación debe tener como meta dos fines principales:
1. Traer los hombres a Cristo, bajo un sincero arrepentimiento; 2. Edificarles
en las doctrinas de la fe cristiana, hasta llegar a una plena madurez
espiritual. Dios busca salvar al hombre
perdido, y la predicación fue, es, y será el medio de logra ese fin.
DEFINICIONES DE
PREDICADOR.
Los conceptos aquí vértidos son
un extracto del libro "El cuadro bíblico del predicador", según John
Stott. Lo que intentamos bosquejar aquí
es la concepción de un predicador a través de figuras bíblicas conocidas.
A. ADMINISTRADOR
Es un depositario que conoce a
Dios y su Palabra. Se encarga de administrar y suministrar fiel y equilibradamente
todo el mensaje bíblico (A.T. y N.T.). Es una persona con autoridad divina y
con plena identificación humana.
B. HERALDO
Es un heraldo (proclamador) de
las Buenas Nuevas del Rey. Su función es comunicar lo que Dios ha hecho (Los
hechos objetivos del evangelio) en Cristo Jesús para la redención del hombre.
Para el efecto, no sólo comunica sino que espera una respuesta a su llamado.
C. TESTIGO
Es un testigo valiente con el
poder del Espíritu Santo delante del mundo, que testifica a Cristo como Señor
honrado por el Padre (Jn. 8:54; 17:1) y por el Espíritu Santo. Bíblicamente, es
una persona que experimenta personalmente una relación muy estrecha con el
Sujeto de su testimonio. Tal responsabilidad, es llevada a cabo con humildad.
D. PADRE
Es un padre que contribuye al
crecimiento y madurez integral de su congregación. Por ello, evita crear
dependencia en la misma. Se caracteriza por ser un instrumento para la
conversión de otros, por su afecto, por su comprensión de las necesidades de su
congregación y las de la comunidad. Es manso y dócil en su trato, sencillo en
su exposición, celoso en cuanto a la exigencia de rectitud e integridad de los
creyentes, es ejemplo de los miembros y su ferviente intercesor.
E. SIERVO
Es un siervo mediante el cual
Dios obra y comunica su Palabra. Su característica paradójica es el estar
investido del poder de Dios para servir en el ministerio de la Palabra. Tal
poder, lo halla en la Palabra de Dios, en el paradigma de la Cruz de Cristo y
en el Espíritu Santo. Por tales razones, se viste de cualidades tales como: la
santidad y la humildad.
TIPOS DE PREDICADORES
Clasificar siempre es
difícil. Si comparar es odioso,
clasificar no lo es menos porque toda clasificación es, de hecho, una
comparación. A pesar de esto, vale la
pena intentar una casi clasificación de los distintos tipos de predicadores que
padece de nuestro púlpito protestante latinoamericano. Porque hay predicadores y predicadores.
A. EL PREDICADOR- “PALABRA”.
Aquí palabra sale con minúscula, porque es
palabra de hombre) Es el predicador que
habla, pero no dice. Esconde el mensaje
en un follaje espeso de palabras y más palabras. Obsesionado por la forma se olvida del fondo
y sólo frases bien logradas se pueden encontrar en lo que habla. Es el predicador que busca, más que en la
propia Biblia y en intérpretes y concordancias, en diccionarios de la lengua y
en antologías de sinónimos. Cuando
termina su discurso - sí, discurso; no sermón - ha emitido muchas palabras pero
no ha dejado ningún mensaje.
EL PREDICADOR-
"TEXTORRAGIA".
Aquí la preocupación no es el uso de palabras, sino la avalancha de
texto bíblicos, la ráfaga de frases bíblicas sin afán alguno de exégesis
seria. Este predicador es el que cree
que la Biblia se escribió en español y que las palabra significan lo mismo
hoy que hace mil años, y que la
trastienda cultural del mundo de la Biblia es igual a la de cualquier pueblo de
América Latina hoy por hoy. Aquí se
trabaja, no con manuales de interpretación, sino con una pinza extractora. Y se sacan los textos como se sacan motas de
algodón de un frasco antiséptico para frotar con ellas un herida. Se cree que el Evangelio entra por osmosis y
que repetir es predicar. No se lucha con
el sentido del texto, y niego, de hecho, la obra de iluminación del Espíritu
Santo. Cuando la exposición termina, el
pueblo sale maravillado de la memoria certera del predicador y de su
"conocimiento" (¡como si recitar fuera conocer!) de la Biblia. Pero el mensaje no llegó. No lo hubo.
C. EL PREDICADOR- “ANÉCDOTA”.
Este es el tejedor de ilustraciones. Su
instrumento básico es una aguja, para tejer; o un frasco de pegamento para
empatar ilustraciones. No importa que no tengan relación con el texto bíblico
leído. Son dramáticas o jocosas o personales. A veces se fuerzan y se golpean
para deformarlas y meterlas a empellones en el marco del sermón. Cuando
termina, el pueblo ha pasado un tiempo muy grato, ha reído mucho. Y punto. Nada
más pasó. Porque el mensaje se enredó en los hilos de mil ilustraciones que a nada dieron
lustre.
D. EL PREDICADOR- “CONCEPTO”.
Este es el predicador de
gabinete. Seco y estirado como un junco. Abstracto como un suspiro. Despegado
de la tierra como un avión de retropropulsión en pleno vuelo. Ni siquiera mira
a los ojos del pueblo. Como que n está "disparando" al corazón del
pueblo, no es necesario mirarle el rostro, que dicen que es "espejo del
alma". No predica para que le oigan: predica para oírse a sí mismo.
Expresa, en palabras muy bien escogidas, conceptos muy hondos que nadie
entiende. Contesta preguntas que nadie le ha hecho, y la respuesta se pierde en
el vacío. Cuando termina, la congregación dice: "¡Cómo sabe ese hombre,
qué culto es! ¡Qué bueno fuera poderle entender...!".
E. EL PREDICADOR- “ALMIDÓN”.
Este va siempre cerca del anterior. Es más
tieso y más artificial que un cadáver embalsamado. Le gustaría predicar
teniendo siempre al frente un espejo de tamaño natural. La voz la transforma al
llegar al púlpito. Adquiere el "tono santo", o el acento de misionero
americano. Las "eles" intermedias se la llenan de aire. Y dice
"alma" cuando quiere decir sencillamente "alma"... Por lo
general ensaya, antes de predicar, los ademanes que va a hacer. levanta los
brazos a altura siempre prefijada. La sonrisa, no importa que no venga al caso,
es también objeto de ensayo previo. Si usted le oye repetir un sermón, podrá
adivinarle los ademanes antes de que lleguen. Han sido tan bien ensayados que
no fallarán. No le importa el mensaje -tal vez no tenga- pero sí le importa la
inflexión de la voz, y lo teatral de l ademán, y lo dramático de la pausa, lo
intenso de su mirada. Es el predicador "made in Hollywood". Cuando
termina, el pueblo dice: "¡Qué lindo habla y qué bien predica...!"
Todo en él está almidonado: desde el cuello de la camisa, hasta la garganta.
F. EL PREDICADOR- “ELECTRÓNICO”.
Este no confía en el Espíritu Santo y todo lo
ha calculado de antemano. Es electrónico en la precisión humanista con que todo
lo prevé. La asistencia al culto la calcula sobre la base de una propaganda
"científica". Todo se analiza y detalla de modo que "nada
falle". Hasta las luces que van a caer sobre el predicador se miden y
calculan. Su entrada al "teatro" -si, teatro; no santuario- es
dramática y hecha en un momento especial para que, a partir de ese momento, el
sea el centro de todo el culto. Es el predicador que no se arriesga y tiene su
equipo bien organizado para que su prestigio no sufra y casi se garantiza de
antemano el numero de "profesiones de fe". Todo en su organización trabaja
como si fuera una maquina IBM y el trabajo del Espíritu de Dios -que es
sorpresa, aventura, cosa inesperada e incalculable- no se tiene en cuenta.
Cuando termina de hablar, el pueblo dice: "!Que bien organizado estuvo
todo, que bonito cuando el predicador entro al culto. Nada fallo y hubo cientos
que se entregaron...". Queda, no el recuerdo ni el impacto de Cristo, sino
el de una super-engrasada super-estructura humana.
G. EL PREDICADOR - “MASAJISTA”.
Este debió haber nacido en Suecia, para que el
mensaje fuera sueco. No predica. Lanza "motas de algodón" o pastillas
de sedantes desde el púlpito. Sus frases son pastillas de aspirinas
glorificadas. Sus ilustraciones son como éter: duermen al pueblo, no de
aburrimiento, sino de falsa paz. Por lo general es baboso, sensiblero, inventor
de anécdotas que no ocurrieron. Es humanista en el fondo. Más que proclamar lo
que Dios hace por el hombre, proclama lo que el hombre puede hacer por sí mismo
y hasta en favor de Dios. Su "predicación" carece de virilidad
desafiante del Evangelio. Es oblicuo y almibarado. Más que profeta de Dios,
parece redactor de un consultorio amoroso en un periódico local. Cuando
termina, unos salen indignados del culto, y otros dicen: "!Que bien me
siento. Parece como si me hubieran puesto una inyección de morfina...". Y
otros recuerdan el dictum lenninista de que la religión es opio. Y piensan que
un predicador así es expendedor de drogas...
¿Cómo ha de ser
entonces el predicador?
Digámoslo sin rodeos.
En cuanto a la forma, debe
combinar todos los elementos positivos que concurren en los anteriormente
descritos. Debe ser cuidadoso en el uso de la palabra porque un mensaje tan
hermoso sólo con hermoso ropaje debe cubrirse. Debe substanciar sus
afirmaciones con textos bíblicos para que no sean caprichosas expresiones
producto de la imaginación humana. Hay porciones bíblicas que sirven para
interpretar otras, y deben traerse a colación en tiempo oportuno. Las
ilustraciones deben ser válidas -que den brillo a una idea opaca por abstracta-,
pero deben engastarse bien en la joya retórica que debe ser un sermón. El
ademán debe ser elegante, discreto, medido, producto de la idea que se expresa.
Ha de haber consuelo en el sermón: consuelo para el afligido. Pero también
aflicción para el satisfecho indolente. Caricia y látigo.
El sermón es exposición del
Evangelio. Y el Evangelio es Cristo. Urge recordar que hay una doble estructura
en un sermón. Primero, la estructura dada, esto es, la teología, el
mensaje en sí. Esto es básico y es hecho manu Dei. Segundo, la estructura hecha.
Este es el sermón. Puede que haya mensaje sin sermón. O que haya sermón sin
mensaje. Si de escoger se trata prefiramos siempre lo primero: el mensaje es
más que el sermón. Pero lo ideal nos pide un mensaje claro y poderoso,
encerrado en un sermón bien estructurado y entregado con humildad, pasión y
belleza. Lo que es manu Dei debe unirse a lo que es manu hominis para
producir ese milagro de la gracia Divina que es un sermón-mensaje.
Muchas necesidades dramáticas
tiene el púlpito protestante contemporáneo, pero la primera es la recuperación
de la predicación expositiva. Nada necesita tanto el pueblo creyente y el
pueblo por-creer, que este tipo de predicación. Predicar así es caminar. Sí. Es
caminar dentro de un pasaje bíblico, junto a los personajes mismos que
protagonizan el incidente comentado. Es "descubrir" (que aquí vale
por ser
descubiertos por) el universo de conceptos, emociones, imágenes y
realidades que el pasaje encierra. Todo pasaje bíblico es cofre: urge hallar la
llave que lo abra y exponer frente al pueblo las joyas que encierra. Para esto
hay que hacer labor de transculturación: Hay que partir del conocimiento de la
cultura que se interpreta -la bíblica- hasta llegar a la cultura para la cual
se interpreta. Y hay que romper palabras, y descubrir raíces y significados
originales. Y hay que leer la prensa y los autores que diagnostican los males
del presente Y después "clavar" la verdad bíblica en el corazón mismo
de la presente condición humana. Hacer de esa verdad bandera y apoderarse de
territorio enemigo "ad majorem Gloriam Dei"... Eso es predicar.
Hay predicadores y predicadores.
América Latina reclama, con dramática urgencia, predicadores, "que tracen
bien la Palabra de Verdad".