Reflexión
En la era de la hiperconectividad, las pantallas han pasado de ser simples dispositivos tecnológicos a convertirse en mediadoras centrales del proceso educativo. Desde los niveles básicos hasta la educación superior, lo digital ha sido asumido no solo como una herramienta, sino como una condición misma del aprender. Sin embargo, esta virtualización del conocimiento ha traído consigo un fenómeno preocupante: la banalización del saber. Lejos de fortalecer una comprensión profunda y crítica de la realidad, muchas formas actuales de educación virtual parecen orientarse hacia una adquisición superficial de información fragmentada, rápidamente olvidada tras su uso funcional inmediato.
la presente reflxión busca cuestionar cómo, en medio de la digitalización acelerada del aprendizaje, se ha producido una transformación del saber en mercancía efímera, desprovista de contexto, profundidad y sentido. En ese marco, cabe preguntarse: ¿educan verdaderamente las pantallas, o simplemente nos entrenan para consumir y desechar contenidos con velocidad pero sin reflexión?
La migración masiva hacia entornos virtuales de aprendizaje ha generado, sin duda, beneficios como la accesibilidad, flexibilidad y democratización del conocimiento. No obstante, en paralelo, ha comenzado a instalarse una cultura del "clic", donde el conocimiento se mide por su inmediatez y capacidad de ser resumido en cápsulas audiovisuales, infografías o respuestas breves. Esta dinámica, si bien funcional para ciertos contextos, desactiva procesos como la contemplación, el análisis pausado y la construcción dialógica del conocimiento.
El filósofo surcoreano Byung-Chul Han advierte que vivimos en una sociedad del rendimiento y de la información, donde los datos abundan pero el pensamiento profundo escasea. En este entorno, la educación virtual corre el riesgo de adaptarse a lógicas de consumo más que de reflexión. Se privilegia lo rápido, lo fácil, lo entretenido y lo inmediato, desincentivando la duda, la complejidad y el conflicto de ideas.